martes, 10 de mayo de 2011

Estrategias para un pensamiento reflexivo: Pensar en positivo

Para adquirir el hábito de pensar de forma más positiva, podemos seguir los siguientes pasos:
  
1. Tomar el hábito de anotar aquellas situaciones de la vida cotidiana que nos hacen sentir mal, formulándonos las siguientes preguntas:“¿Cuál es la situación concreta que me ha hecho sentir mal?”,“¿Cómo me he sentido/ me siento?”.  

Ejemplo: “Ayer fue mi cumpleaños y mi hermana no me felicitó. Me he sentido triste, con ganas de llorar”
  
2. Plantearnos: “¿Qué conclusiones he sacado de esta situación?”, “¿qué he pensado cuando me ha ocurrido esto, qué imágenes, recuerdos, etc. se han cruzado por mi cabeza?”. Si no puedo responder a esto, también puedo preguntarme: “¿Qué intuyo que puedo haber pensado de esto que me haya hecho sentir mal, aunque no esté del todo segura/o?” o “si le hubiera ocurrido lo mismo a otra persona, ¿qué podría haber pensado él/ella?” Al principio puede no ser fácil responder a esto, pero es una cuestión de práctica. A medida que nos vayamos esforzando por contestar a esas preguntas, las respuestas irán saliendo cada vez de forma más fluida.

Siguiendo el ejemplo anterior, podría ser: “Pienso que mi hermana no me quiere y que nadie me tiene en cuenta”.
  
3. Preguntarnos: “¿Qué mecanismos mentales o formas de pensamiento distorsionado he aplicado?”, “¿de qué forma he deformado, exagerado o minimizado la realidad para llegar a dichas conclusiones?”, “¿qué evidencias –hechos objetivos- tengo de que las cosas son tal como yo las interpreto y no de otra forma?”, “¿Qué no he tenido en cuenta?”

Siguiendo con el ejemplo podría anotar que he aplicado el pensamiento del tipo “todo o nada” (“si mi hermana no me felicita por mi cumpleaños es que no me quiere”); he exagerado mis conclusiones sobregeneralizando (“si mi hermana no me quiere, nadie me quiere”) olvidando, tal vez, las muestras de cariño de otras personas; he recurrido al victimismo (“nadie me tiene en cuenta”) culpando a los demás de mis sentimientos de soledad en lugar de ver qué papel juego yo en todo esto (tal vez, salgo poco, me muestro demasiado retraída/o o susceptible, etc.)
 
4. Preguntarnos: “¿De qué otra forma más positiva podría enfocar la situación?”, “¿podría hacer algo, por pequeño o insignificante que sea, para mejorar la situación o que me hiciera sentir mejor?”, “¿qué le aconsejaría a una amiga/o mía en una situación similar?”.
 
Por ejemplo, podría llamar a mi hermana y decirle que me siento dolida/o por lo ocurrido y que me gustaría que estuviéramos más cercanas la una de la otra. O tal vez se trate simplemente de darme cuenta de que  es un poco olvidadiza y decidir que la cosa no tiene mayor trascendencia y que no vale la pena que me amargue el día por ello, y focalizar mi atención en las otras personas que sí se han acordado de mí y me quieren. O si me siento sola/o, considerar la posibilidad de acercarme yo también más a la gente, de abrirme más a los demás, de buscar maneras para hacer nuevos amigos, etc. En cualquier caso, eso son sólo ejemplos orientativos: cada uno debe hallar, en su propio estilo, aquellas respuestas o alternativas que mejor le funcionen, que le resulten más “creíbles” y que mejor “calcen” con sus necesidades, abriendo eso sí la mente al mayor número de opciones posible.
  
5. Ante situaciones difíciles, evitar preguntas “victimistas” o “debilitantes” del estilo de: “¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?” o “¿qué voy a hacer ahora?” o afirmaciones del tipo “esto es insoportable”. En su lugar, plantearnos preguntas que nos den sentimientos de fuerza y esperanza, o que nos indiquen alguna opción alternativa: “¿Qué puedo hacer para resolver esto?”, “¿qué opciones tengo que todavía no he probado?”, “¿qué datos de la realidad podrían contradecir mis conclusiones más pesimistas?”, “¿qué tiene de bueno esta situación?”, “¿qué podría aprender de ella?”, etc.

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